Parpadeó. Se miró la mano para comprobar que el hechizo era
de luz y no ninguna ilusión fallida. Volvió a mirar. Desde la salita en la que
el pasillo terminaba, más de veinte pares de ojos le devolvieron la mirada.
Parpadeó de nuevo. Ellos no.
-Pero qué…
Desde la sala un maullido le respondió. Luego otro. Y otro
más. Después, los gatos dejaron de mirarla y se volvieron a acomodar en el sillón
y la alfombra. Había varios en el alféizar y sobre los muebles.
-¡Eh! ¡Tú! ¡No te creas que no te he visto!
Los gatos se quejaron cuando pasó como una tromba cruzando
la habitación. Un par de ellos se puso de pie y arqueó el lomo a su paso,
bufando amenazadoramente. Ella hizo caso omiso de todas las advertencias y
estiró la mano debajo de la mesa. Una pata blanca le atacó. Ella la ignoró
totalmente y agarró el pellejo del cuello del gato al que pertenecía para arrastrarlo fuera de su
escondite. El gato le bufó y amenazó de nuevo.
-Suerte que Jules hizo ese hechizo para quitarte las uñas,
Maldita Bola de Pelo… ¿Dónde se supone que estabas metido? ¡Llevo varios días
buscándote! Por todos los dioses, eres las tres monedas de plata peor gastadas
de toda mi vida… ¿Y se supone que tú eres un gato familiar?
El gato se retorció todo lo que pudo mientras ella abrió la
bolsa que llevaba colgada al hombro y lo empujaba dentro. Tuvo que sacar un par
de libros de su interior para hacerle sitio, pero le dio igual. Su intención
era dejarlos allí: Jules se los había prestado. Cerró la bolsa en cuanto fue
capaz de apretujar al gato en su interior.
-Y ahora, Maldita Bola de Pelo… ¿De dónde han salido todos
estos amigos tuyos?
Investigó la habitación. En la estantería había varios
huecos correspondientes a varios libros ausentes. Dos de ellos aún estaban en
su mano así que los puso en su lugar. Dudó unos segundos, tan solo, antes de
coger otros dos libros de la estantería: la segunda parte del estudio que
acababa de dejar y un tratado sobre pociones.
-Ibas a dejármelos de todas formas…
Las puertas y las ventanas estaban cerradas. Tanteó las
ventanas. Cerradas. Ni rastro de gateras. Ni rastro de huecos por los que los
mininos pudieran haberse colado.
-Tú no trajiste estos bichos aquí, ¿verdad, Jules? Además…
en todos estos días… estarían muertos de hambre, ¿no? –dio un par de golpecitos
a la bolsa y Maldita Bola de Pelo bufó en su interior. –Al menos tú no hacías
más que quejarte si me retrasaba un par de horas dándote de comer…
Frunció el ceño y olisqueó alrededor. ¿Magia? Había aún
alguna trama activa… ¿Pero qué? Olía a ilusión, o a… transformación o a… Uno de
los gatos de la ventana maulló. Olía demasiado, eso sí, a pis de gato.
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El hechizo huele sobre todo...
a) A ilusión. Y el origen parece ser la puerta de la cocina.
b) A transformación. Y el origen parece ser Maldita Bola de Pelo.
c) A ocultación. Y el origen parece estar en la biblioteca.
d) A... ¿a qué? Si se os ocurre algo mejor, ¡comentad comentad comentad!
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